jueves, 8 de octubre de 2015

El gato.

Él es como un gato salvaje que se finge domesticado, pero que en tu ausencia estará cazando.
Cuando llegues a casa lo veras durmiendo con la elasticidad y sensualidad propia de los felinos, despertará con tus caricias estirándose perezosamente y aguantándose las ganas de morderte. Aún no pensará, todavía no es tiempo.
Al llegar la noche subirá a tu regazo ronroneando, rasguñará, te lamerá y morderá. Cuando por fin se sienta satisfecho, se acomodará entre tus piernas donde dormirá plácidamente por el resto de la noche. Miau.

jueves, 23 de abril de 2015

ZAIDA Y ZOE

Terminó de pintar sus labios con un brillante color fresa y se miraba con satisfacción en el espejo.   Luego, salió del lujoso baño y se dirigió de nuevo a la fiesta.  En la sala tomó una copa de champaña, al tiempo que disfrutaba de la balada que tocaba el pianista.  Fue cuando un hombre se acercó sonriéndole.

–Hola.  Mucho gusto, me llamo Marlon –dijo al tiempo que tomaba su mano y la besaba.

–Zoe.  –respondió sonriendo con picardía.

– ¿Vienes con frecuencia al club?

–Sí.  Me encanta conocer nuevas personas y asistir a las premiaciones de los campeonatos de golf y las regatas.

Estuvieron conversando cerca de veinte minutos y luego salieron del club.  En un  Corvette se dirigieron hacia una mansión, donde finalmente tuvieron sexo al pie de la chimenea y se quedaron dormidos abrazados.

Al despertar Zaida se retiró los electrodos que tenía en su cabeza y miró la pantalla del computador que anunciaba: finalización del programa Zoé.   Por unos momentos estuvo mirando su habitación intentando ubicarse.

A veces no sé cuál es el mundo real y cuál es el imaginario –se dijo a sí misma en voz alta.

Había estado conectada por veinticuatro horas y al levantarse sus movimientos fueron torpes. Se dirigió al baño donde se observó en el espejo.  Era obesa, tenía el rostro lleno de manchas y poco cabello.  Nada que ver con piel perfecta y la abundante melena pelirroja de Zoe.

Tenía hambre; pero cuando miró en su cartera, no conservaba mucho dinero.  Le daba vergüenza pedir ayuda, pues ya casi todos sus conocidos la habían auxiliado con préstamos que no había devuelto.  Tal vez Marco… Pero eso implicaba aceptar su invitación a salir y ella no estaba interesada.  Era una excelente persona, atento con ella, pero cuando veía ese rostro tan poco agraciado…Simplemente le daba pereza avanzar con él.  Podía ir a comer donde su hermana, solo que la última vez la criticó duramente por estar utilizando “Personality shop”.  Aún recordaba la conversación:

No te metas en esto Mariana.  Es mi vida, mi tiempo y mi dinero.  Yo decido que hacer con él.

¿Pero no vez que te has vuelto adicta a eso? No vives tu vida por estar envuelta en ese mundo virtual y cada día estás más endeudada.  Te quejas todo el tiempo de no tener novio, de que no te invitan a salir, de no tener lujos.  Pero nunca vas a tener nada de eso si vives en un mundo de fantasía, ¡compréndelo!

De eso había pasado un mes.  Zaida salió molesta y sin despedirse de su hermana,  prometiéndose no volver a permitir que la fastidiara con sus críticas y exigencias.

Pensó que podría comprar otro día de Zoé en vez de comer.  Igual en ese mundo estaría en el bufet del hotel, o desayunaría con Marlon lo que ella quisiera. Pero cuando intentó hacer la operación, el sistema le indicó que su tarjeta no tenía cupo disponible.  En el banco solo le pagarían hasta dentro de cinco días.  ¿Qué iba a comer? ¿Cómo iba a llegar al trabajo? Y lo peor, no podría bajar la personalidad de Zoe en muchos días…Demasiados.

Buscó entre sus cosas encontrando un par de aretes, un collar y un anillo de oro que le había regalado su padre, y se dirigió a la tienda de empeño.   Lo poco que consiguió le serviría para comprar algo de comida y desbloquear la tarjeta.

Los meses transcurrieron;  Zaida no solo se atrasó con el arriendo, sino que dejó de pagar su seguro de salud.  Había perdido peso, su piel se veía floja y lesionada.  La desnutrición había favorecido la aparición de hongos; las largas horas de permanecer en la misma postura, provocaron úlceras en zonas de presión de la espalda.  Ya casi no tenía nada que empeñar.  El único objeto de valor era su computador y por nada del mundo se separaría de él, ya que solo así podría bajar el software de personalidad: Zoe.

Por otro lado estaba asustada,  sus continuas llegadas tarde, la mala presentación personal y las sospechas que recaían sobre ella por el dinero que faltaba, podían ocasionar que perdiera el trabajo.  No había pruebas concretas, pero en el banco había corrido el rumor de su situación económica y estaba segura de que los nervios la habían delatado, cuando fue interrogada.

Mariana le había prestado dinero hacía ya un tiempo pero fue clara en indicarle que no le 
ayudaría más a menos que se metiera en un programa de rehabilitación.  Incluso le dio los 
datos de uno: RPP  “Rehabilitation of Purchasers Personalities”.  Era muy recomendado a nivel mundial y como nota curiosa, fue fundado por ex-empleados de la compañía de  equipos electrónicos y  software que crearon “Personality shop”.  En ese momento, Zaida le prometió pensarlo, 
pero fue algo que dijo por salir del paso, estaba muy lejos de querer dejar a Zoe.

Ese día, cuando llego al apartamento encontró sus pocos objetos personales en el corredor yal intentar abrir la puerta confirmó que habían cambiado las cerraduras.   Aun sorprendida, llamó a  Marco, pero este le explicó que estaba fuera de la ciudad de paseo con su novia yle era imposible ayudarla; Mariana no le contestaba y sus compañeras del trabajo le dijeron abiertamente que no les interesaba alojar a una ladrona.

Desesperada cogió su computador y se dirigió al centro.  Esa zona era altamente peligrosa, pero tenía la esperanza de conseguir algún hospedaje por una noche mientras lograba localizar a su hermana.  
En la calle, un hombre se acercó y le intentó quitar el computador.  Zaida forcejeó y él, le disparó en el pecho.  Agonizando, se miraba las manos untadas de sangre y murmuraba:  
Zoe, ¿Dónde estás Zoe?


miércoles, 1 de abril de 2015

VIDA INTELIGENTE

¿Es usted un terrícola: Homo sapiens?

Al voltear, vi una criatura de color violáceo, ojos saltones y sin pelo.  Debió notar mi estado de conmoción, porque me habló nuevamente como quien se dirige a un retardado mental.


—Sí. Soy real. No le voy a hacer daño.  Solo necesito que me indique, donde puedo encontrar una fuente de energía para mi nave.


Ehh…Ahh ¿Nave? ¿Necesita gasolina o algo así?


Poliestireno expandido, es lo que necesito concretamente.  ¿Me puede colaborar?


Busqué en Wikipedia y para mi sorpresa era simple icopor. Ni el extraterrestre, ni yo teníamos dinero, por lo cual fuimos a un basurero.  Mientras cargaba el depósito de combustible,  estuvo explicándome como su vehículo convertía el poliestireno en vapor de agua. También me contó que estaba explorando galaxias, buscando vida inteligente.  Lamentablemente, aun no encontraba nada.


Al finalizar me dio las gracias y partió.  Momentos más tarde, leí sobre el poliestireno y el problema ambiental que implica por no ser degradable.  ¡La nave de él lo convertía en vapor de agua!… Y yo no le tomé ni una foto.



Microcuento 2

Al despertar vio a un hombre desconocido dentro de su alcoba, de espaldas a ella, mirando hacia la calle por la ventana.
¿Quién es usted?
Se volteó y la miró detenidamente por unos segundos antes de contestar.
Soy David Camargo, la ayude a escapar anoche. ¿Recuerda?
No…No entiendo.  ¿Escapar de dónde?
De la discoteca.  Usted se me acercó muy asustada, diciéndome que dos hombres la perseguían. Salimos de ese lugar, pero casi de inmediato empezó a actuar en forma extraña, hablaba incoherencias y convulsionó. Tomé un taxi y la traje a su casa. Estaba esperando a que despertara y me contara que recordaba.
Pero… Si convulsioné,  ¿Por qué no me llevo a un hospital? Y… ¿Cómo supo donde era mi casa?
Tenemos un inconveniente —dijo el hombre frunciendo el ceño, al tiempo que tomaba una jeringa con aguja que se encontraba al pie de la cama—.  Me temo que usted hace demasiadas preguntas.


domingo, 29 de marzo de 2015

Microcuento 1


Él estaba tranquilamente sentado mientras ella le apuntaba con una pistola.
No lo vas a hacer.
Yo en tu lugar no estaría tan seguro.  Me has complicado demasiado la vida.
Él tomó un encendedor y una cajetilla del bolsillo de su camisa.  Prendió un cigarrillo y lo fumó lentamente,  mientras la miraba fijamente a los ojos.
Okey.  ¿En ese caso qué esperas?
Quiero que admitas que te equivocaste,  que me hiciste daño y me pidas perdón.
No sería una disculpa sincera linda. Mira, sé que me equivoqué, pero yo deje eso atrás hace mucho tiempo.  Tú debías hacer lo mismo en vez de complicarte. Además, insisto: No lo vas a hacer.
Ella disparó hacia su pie derecho.  Al recibir el disparo, Eric emitió un grito de dolor, dejando caer el cigarrillo, al tiempo que tomaba el pie con ambas manos.
¿Sigues pensando que no lo voy a hacer?
Te has tomado demasiadas molestias para tenderme esta trampa. Aún me amas, baby.


jueves, 26 de marzo de 2015

Microcuento


He aprendido que cuando alguien se interpone en mi camino no debo desesperarme, sino pensar cómo puedo superar en forma inteligente y con paciencia ese obstáculo.  La forma más efectiva, ha sido teniendo un buen detalle frecuentemente con esas personas.  Los chocolates rellenos de talio, por ejemplo. Son un poco lentos, pero efectivos. Ya llevo tres obstáculos superados. 

jueves, 26 de febrero de 2015

RECUERDOS

En esas vacaciones íbamos a tener visitas y estaba adecuando la habitación donde dormirían;  lo cual me condujo a una jornada de aseo, eliminando cosas que no fueran necesarias.

De repente encontré un tarro, el cual estaba lleno de telas cortadas en cuadrados de cinco por cinco centímetros. Al no parecerme que fuera útil, me dirigía con el hacia la basura, pero mi mamá me detuvo.

No mijita.  ¡Espere!  Ese es mi tarrito de recuerdos.

Pero no respondí un poco irritada de que me detuviera- es solo un tarro lleno de telas.

Sí yo sé.  Pero es que son especiales para mí.  Venga le explico.

Y se acomodó en la cama haciéndome una señal con la mano para que me sentara a su lado.  Después destapó el tarro y comenzó a mostrarme los diferentes recortes.

Este por ejemplo decía mientras sonreía y agitaba en su mano un cuadrado blanco- fue de su vestido de bautizo, mamita.   Vino a verla su abuelita.   Y su merced estaba muy linda; sus padrinos estaban felices de verla.  Y este…Este fue del día de mi boda.  No pude usar el vestido blanco, porque la modista nos quedó mal.  Me tocó utilizar un vestido azul, que era el único bonito que tenía.   Su papito estaba feliz, él dijo que lo único que importaba es que pudiéramos casarnos.   ¡Me trajo un ramo de flores divinas!  Me las entrego el día anterior y con ellas salimos en muchas fotos. Tomando otra tela dijo Este otro fue de cuando nació Carlitos.  Fue su primera muda, la que le lleve para el hospital.

Por un momento me olvide de la jornada de limpieza, estaba encantada escuchando sus historias,  mirando y recordando.   Muchas de las anécdotas nos causaron mucha risa, como cuando nos acordamos de mi fiesta de quince años, o del grado de mi hermano.  Pero de pronto, su rostro reflejó un profundo dolor y tristeza al quedarse viendo otro cuadrado de color oscuro.  Cuando le pregunte que ocurría, me dijo:

Este fue del vestido que utilice para el funeral de su papito.

No hizo más comentarios, solamente comenzó a llorar en forma silenciosa.    Me pareció que lo mejor era no decirle nada y dejar que continuara mirando su colección.  Me puse de pie, le estreche suavemente el hombro y salí de la habitación.


Ya en el pasillo, tuve el impulso de ir a buscar mi cofre y echarle un ojo. Encontré boletas de conciertos, poemas, cartas de varias personas,  el reloj de mi papá,   flores disecadas, algunas fotos, un par de llaveros y otras pequeñas cosas como un broche dañado de fantasía.  No lo había botado porque me lo regaló alguien muy especial y al sostenerlo vino a mi memoria el momento en que me lo entregó.   Fue un buen día: reímos, nos contamos muchas cosas de nuestras vidas  y caminamos por el parque.  No pasó nada espectacular,  pero hacia mucho no pensaba en esa sonrisa;  aquella misma que un día tuve que aceptar que no volvería a ver, ya que partió en busca de nuevos proyectos. 

jueves, 12 de febrero de 2015

SOLEDAD

Ella tiene cuarenta y tres años pero se siente como de cincuenta y cinco.  Todos los días se levanta a las cinco de la mañana, alimenta a los animales, riega las matas, prepara el desayuno y  prende el computador; mira su correo, facebook y  twitter.  Ve algún chiste, una canción, un poema.  Los publica.  Luego se baña, se arregla y  va al trabajo.  Al medio día vuelve a casa; compra algo de comer por el camino o prepara algo rápido. En la tarde lleva a caminar al perro, se dedica a hacer informes,  calificar trabajos, estudiar y prepara las clases mientras escucha música.  En la noche ve una o dos películas en televisión, hasta que finalmente la vence el sueño y logra dormir.

Cuando está en la oficina es poco lo que habla con sus compañeros; los temas surgen obviamente,  pero por lo general limitados al trabajo. Quisiera integrarse más, lo ha intentado, pero se siente muchas veces fuera de contexto con algunas conversaciones, no ha tenido una cita romántica en varios años y la verdad cree que ya no la va a tener.   

Pensó inicialmente que estudiar por internet sería mejor: mayor comodidad y más tiempo.  Pero últimamente opina que hubiera sido más divertido compartir con compañeros en un salón de clase, tal vez hubiera podido conocer a alguien.

Antes se esforzaba en comprar cosas lindas para decorar la casa.  Ahora sabe que no vale la pena.  Nunca tiene visitas y considera que es una casa muy grande para ella sola.  Benie; su perro, ya tiene once años.  Algún día llegará su hora.  Cuando medita sobre esto, se pone triste e incluso a veces llora.  El gato quizá dure otros años más.  El punto es, que después de Benie sabe que no va a tener otro perro y es posible que opte por ir a vivir a un apartamento.

Ha comenzado a regalar cosas que le sobran, como la vajilla de porcelana, algunos adornos navideños, películas y libros.  Ha considerado que después de ella nadie los va a usar, entonces no vale la pena tenerlos sin ser utilizados.

Los fines de semana va al centro comercial a hacer mercado. En otra época le encantaba pasar por el salón de belleza y también por la perfumería.  Ahora simplemente no le llama la atención.  A veces le gusta entrar a cine, sobre todo si ve anunciada una comedia o una película de acción;  las películas románticas ya no le gustan tanto.  Hace dos fines de semana salió un poco tarde del teatro y pudo ver como los amigos se encontraban en los bares de la zona rosa para reír y tomar unas cuantas cervezas.  Podría ser un plan divertido, pero no se le ocurría a quien podía invitar. 

La semana pasada estuvo enferma, no fue nada grave, solo una faringoamigdalitis,  pero tuvo que estar en cama y la hizo pensar: ¿Cómo sería el día en que se enfermara de gravedad?, ¿Quién la auxiliaría?, ¿Quién estaría pendiente de ella en el hospital? Y si llegaba a morir, ¿Quién cuidaría sus animales?, ¿Quién se encargaría del servicio fúnebre?


Hoy se sintió mejor y aprovecho para ir a comprar algunas cosas. Pasó por la librería y vio los libros de autoayuda. Le llamó la atención uno: Tácticas de amor.   Ojeo los capítulos que llevaban títulos como: Aprender a amarse a sí mismo, aliarse con el tiempo, como ganar su confianza y como inducir la dependencia emocional.  Después de esto cerró el libro, lo colocó de nuevo donde estaba, suspiró y continuó caminando por la librería.

jueves, 5 de febrero de 2015

EN ÉPOCA DE FIESTAS

Cada vez que nos invitaban a cualquier reunión era el mismo problema.  Ella inicialmente se emocionaba, hacia miles de planes de cómo se arreglaría y que regalo obsequiaría; acto seguido estaría buscando durante varios días un vestido que le pareciera adecuado y un salón de belleza donde la arreglaran bien; para finalmente deprimirse el día del evento por que no la arreglaron como ella quería, el vestido no le gustaba y se veía gorda.

Para mí se había vuelto un calvario estas invitaciones.  Implicaban un desgaste de tiempo y energía enorme, unido a un aumento en mi capacidad de ser paciente que no siempre lograba.   En época de fiestas, cuando todos estaban felices celebrando, yo usualmente estaba caminando sobre cascaras de huevos para evitar un mal ambiente en casa.

Por eso cuando Elvia me mostró la invitación a la boda de su hermana menor, sentí de inmediato un dolor quemante en el estómago y supe que antes de navidad íbamos a tener una gran pelea.

-¡Mira que hermosa tarjeta! Dice: traje largo para las damas y corbata para los hombres.  Eso quiere decir que me toca comprar un vestido, o alquilarlo.  Aunque debería aprovechar para comprarme de una vez uno bien lindo que pueda usar varias veces. Para ti es más fácil.  Tienes tu traje negro que es muy elegante y no pasa de moda.  ¿Qué crees que es mejor? ¿Lo compro? o ¿lo alquilo?

-Lo que creas mejor.  Yo de estas cosas no sé.

Me miró con reproche, y estuvo por casi veinte minutos analizando las ventajas de alquilar o de comprar el vestido.  Luego, comentó que si arrancaba dieta era probable que alcanzara a bajar unos cuatro kilos para la boda.

Pasaron los días y Elvia se aplicaba geles para quemar la grasa y se envolvía en plástico negro para sudar mucho, no desayunaba y de pasada me dejaba sin desayuno a mí,  pero cuando salía en las tardes a hacer mercado, comía hamburguesa con papas a la francesa y gaseosa.

-Es lo único que voy a comer hoy.  Estoy agotada.  Todo el día he estado corriendo en vueltas y tengo mucha hambre.  Además, estoy tomando esas pastillas que evitan que la grasa se absorba, entonces mi cuerpo aprovechará solo la carne que es proteína.

Yo ya había aprendido a ahorrarme mis opiniones.

El día de la boda, Elvia se paró muy temprano y fue a caminar al perro.  Cuando volvió se paró sobre la báscula.

-¡No puede ser!¡Maldita sea! Pero si anoche no cené.  Ricardo, me subí un kilo.  –Salió del baño golpeando la puerta y llorando- No solo no baje para esta estúpida boda, sino que por el contrario me subí un kilo. Se sentó en la cama cruzando los brazos sobre su pecho, agachó la cabeza y continuó llorando.

Me senté a su lado pasándole un brazo por sobre sus hombros –Mira no es tan grave.  Con lo bella que te vas a arreglar y ese precioso vestido que compraste, un kilo de más no va a hacer la diferencia- Ella me miró con tristeza al tiempo que tragaba saliva, apoyó su cabeza en mi hombro y se paró sin decir nada.

Después de que volvió del salón de belleza, quejándose de su peinado y el maquillaje  como si fuera una “esposa de narco” se limpió el rostro y estuvo por treinta minutos pegada al espejo maldiciendo, luego me llamó a gritos por que no podía colocarse la faja sola y finalmente el vestido tampoco le cerraba.  Se lo quitó ya exasperada, gritándonos a todos por lo tarde que era y que no le colaborábamos a tener todo listo.

-Pero mamá -dijo Tim- nosotros estamos listos hace rato.  La que no se ha arreglado eres tú. 

Rápidamente le hice señales con la cabeza para que no hablara más, pero era demasiado tarde.  Elvia emitió un grito de ira y se metió a nuestro cuarto golpeando nuevamente la puerta.

Sabía que razonar con ella en ese momento era un imposible;  pero ya estaba cansado de que siempre todo terminara igual.  Yo podía tolerar su irritabilidad, pero que la tomara con Tim ya me parecía el colmo. Inicialmente había pensado en no ir a la boda, pero eso implicaba tolerarla toda la noche o peor aún que ella insistiera después de un rato en ir.

Quería darle una lección;  mostrarle que sus pataletas tenían consecuencias y que no podía quedarse toda la vida manejando así las cosas.  Era la boda de su hermana, es cierto.  Pero igual, ya esta discusión estaba predestinada; pues que al menos valiera la pena intentando algo diferente.

Salí de la casa con Tim, aborde el carro y fui directo a la iglesia sin esperarla.  Momentos después de que partimos el celular comenzó a sonar: Era ella.  No le contesté. 

La boda fue agradable.  Los novios se veían muy bien y al finalizar los felicité.  Cuando Cristina me pregunto por Elvia le dije que estaba enferma y no había podido ir, pero que le enviaba un fuerte abrazo.   Ella me miró boquiabierta por un breve momento, e iba a decir algo, pero alguien la abordó para felicitarla y tomarle una foto.


La reunión también me gustó.  La comida estuvo deliciosa y pude hablar a gusto con otro de los hermanos de Cristina.  Fue una agradable sensación, estar en una fiesta sin alguien al lado que se quejara por todo.  Recordé porque me gustaban en mi juventud las reuniones sociales. 

viernes, 16 de enero de 2015

MARIO

Mario y yo nos hicimos buenos amigos desde primer semestre, y por el camino armamos un grupo de estudio con otros cinco compañeros, pero el lazo más estrecho era entre los dos.  Tal vez fue por eso, que cuando me conto que tenía SIDA me puse nerviosa, caminaba en círculos y me decía a mí misma que no podía ser. Al principio, el conservó la calma, después de un rato me abrazo y me dijo al oído:

-Necesito que seas fuerte.  Me voy a volver un paria y voy a terminar muriendo en forma horrible.  Por favor, no me falles ahora. 

Sentí mucha vergüenza después de que me dijera eso,  así que a partir de ese día puse mi mayor empeño en mostrarle una actitud positiva.  Pasamos quinto semestre sin mayor problema,  farmacología parecía ser una materia difícil para muchos, pero para nosotros fue incluso divertida.  Progresivamente, notamos que el grupo de estudio se fue abriendo y en otras actividades, como ir a cine o a bolos tampoco nos incluían.  Nos extrañamos un poco, pero finalmente como andábamos los dos, parecía no hacernos falta nadie.

Cuando estábamos en sexto semestre, fuimos un día a la cafetería del hospital. Todas las mesas estaban llenas y nos sentamos junto a dos estudiantes que eran compañeras de nosotros.   Su expresión fue de clara molestia, por lo cual me limite a encoger los hombros y decirles que no había más sitio. 

Mario tomo un sorbo de leche y luego torció su boca como hacía cada vez que recordaba algo.
-Adri, cierto que la leche me está cayendo mal.  ¿Te la quieres tomar?
-Sí, listo.

Se la quite y comencé a tomármela. Fue entonces, que la estudiante que estaba al frente de nosotros puso expresión de asco, acto seguido volteó a decirle algo a su compañera y las dos me volvieron a mirar con la misma expresión.

-¿Pasa algo?
-¿No te da miedo?
-¿Qué cosa?
-Contagiarte.

No entendía absolutamente nada.  Al mismo tiempo, en la cafetería comenzó un rumor sostenido en varias mesas, percibí que todos nos miraban y comentaban algo acerca de nosotros.  En ese momento, Mario me tomo con fuerza de la mano.

-¡Vámonos! ¡Vámonos ya!
-No entiendo.  ¿Qué pasa?
-Adriana o sales ya conmigo o te dejo sola.  ¡Vámonos!

Cuando estuvimos solos me explicó todo.  De alguna manera la gente se había enterado de que tenía SIDA.  No sabíamos cómo; todos los exámenes se los habían hecho en otro hospital y no tenía aun señales clínicas de la enfermedad.   Lo cierto es que Mario tenía toda la razón, cuando decía que iba a volverse un paria.  Nos quedamos recapitulando lo que había pasado en los últimos meses y todo quedó claro.   Por eso no nos volvieron a invitar a nada, incluido los grupos de estudio.  Hasta algunos docentes, parecía que lo excluían también de actividades académicas.

Por un par de meses el continuó asistiendo, pero el rechazo se hizo cada vez más evidente. Llegó al colmo, de que si nos sentábamos en algún sitio la gente se paraba y se iba.  Estaba indignada;  se supone que éramos estudiantes de medicina.  Si alguien debía saber de esta enfermedad y mostrar un grado de consideración, por encima de la mayoría, éramos nosotros.  Pero no era lo que ocurría.

Un día Mario fue a mi casa y me dijo:
-No voy a volver.  El coordinador de cirugía me habló ayer y dijo que mi caso es delicado, que podía contaminar a los pacientes.  Se van a reunir para discutir que hacer conmigo.
-Pues que miren que se puede hacer, pero tampoco la idea es retirarte de la carrera.  O eso creo yo.
-No es solo eso Adriana.  Ya no puedo más con el rechazo.  -guardo silencio por un breve momento y continuó-  Mi familia y yo nos vamos de la ciudad.
-Pero… ¿Te vas muy lejos? Podría visitarte. 
-No se aún.  Tan pronto sepa te aviso.

Nunca más volví a saber de él.  Lo llamé varias veces sin que me contestara, y cuando fui a su casa me informaron que ya se habían mudado.   Han pasado casi veinte años;  ya debió   haber fallecido.  Hubiera querido acompañarlo hasta el fin,  estar ahí,  brindarle apoyo;  pero fue su decisión. Una que aun ahora me cuesta entender.