En esas vacaciones
íbamos a tener visitas y estaba adecuando la habitación donde dormirían; lo cual me condujo a una jornada de aseo,
eliminando cosas que no fueran necesarias.
De repente encontré
un tarro, el cual estaba lleno de telas cortadas en cuadrados de cinco por cinco
centímetros. Al no parecerme que fuera útil, me dirigía con el hacia la basura,
pero mi mamá me detuvo.
—No mijita. ¡Espere!
Ese es mi tarrito de recuerdos.
—Pero no —respondí un poco
irritada de que me detuviera- es solo un tarro lleno de telas.
—Sí yo sé. Pero es que son especiales para mí. Venga le explico.
Y se acomodó en la
cama haciéndome una señal con la mano para que me sentara a su lado. Después destapó el tarro y comenzó a
mostrarme los diferentes recortes.
—Este por ejemplo —decía mientras
sonreía y agitaba en su mano un cuadrado blanco- fue de su vestido de bautizo,
mamita. Vino a verla su abuelita. Y su merced estaba
muy linda; sus padrinos estaban felices de verla. Y este…Este fue del día
de mi boda. No pude usar el vestido blanco, porque la modista nos quedó
mal. Me tocó utilizar un vestido azul,
que era el único bonito que tenía. Su papito estaba feliz, él dijo
que lo único que importaba es que pudiéramos casarnos. ¡Me
trajo un ramo de flores divinas! Me las entrego el día anterior y con
ellas salimos en muchas fotos. —Tomando otra tela
dijo— Este otro fue de cuando nació Carlitos. Fue su primera muda, la
que le lleve para el hospital.
Por un momento me olvide de la
jornada de limpieza, estaba encantada escuchando sus historias, mirando y recordando. Muchas de las
anécdotas nos causaron mucha risa, como cuando nos acordamos de mi fiesta de
quince años, o del grado de mi hermano. Pero de pronto, su rostro reflejó
un profundo dolor y tristeza al quedarse viendo otro cuadrado de color oscuro.
Cuando le pregunte que ocurría, me dijo:
—Este fue del
vestido que utilice para el funeral de su papito.
No hizo más comentarios, solamente
comenzó a llorar en forma silenciosa. Me pareció que lo mejor era
no decirle nada y dejar que continuara mirando su colección. Me puse de pie, le estreche suavemente el
hombro y salí de la habitación.
Ya en el pasillo, tuve
el impulso de ir a buscar mi cofre y echarle un ojo. Encontré boletas de
conciertos, poemas, cartas de varias personas, el reloj de mi papá, flores
disecadas, algunas fotos, un par de llaveros y otras pequeñas cosas como un broche
dañado de fantasía. No lo había botado porque me lo regaló alguien muy
especial y al sostenerlo vino a mi memoria el momento en que me lo entregó.
Fue un buen día: reímos, nos contamos muchas cosas de nuestras vidas y
caminamos por el parque. No pasó nada espectacular, pero hacia
mucho no pensaba en esa sonrisa; aquella
misma que un día tuve que aceptar que no volvería a ver, ya que partió en busca
de nuevos proyectos.